Por: Diógenes Armando Pino Ávila
Siempre he pensado que el
ministro de defensa es un pedante. No me gusta el tono como habla. La
prepotencia mal contenida de sus juicios. El menosprecio que muestra por los
que piensan distinto. La actitud bravucona con que se le atraviesa al proceso
de paz. La forma como endilga ligera e irresponsable a la Farc la autoría de
cualquier atentado u asesinato, sin que todavía se disipe el olor a pólvora. (no
desconozco que las acciones demenciales de la Farc, la han hecho merecedora de
este estigma).
El señor Ministro de Defensa
Nacional, como un animal en celo defendiendo a sus crías, sale a hablar de los
héroes de la Patria, sus soldados y policías. Siempre sale a quejarse de que
tal o cual medida “le baja la moral a la tropa” (nunca he entendido por qué se
le baja y como la suben). Siempre está defendiendo a sus soldados, exigiendo
fuero militar. Pidiendo que el Estado asuma los costos de la defensa técnica de
sus hombres por actos cometidos en servicio. El señor Ministro de Defensa habla
en el senado de la república (habla duro a los senadores, parece que los regañara)
y exige recursos y garantías para sus hombres. Es un ministro dedicado a su
ministerio, entregado en cuerpo y alma a la defensa de la institución y los
hombres a su cargo. Dije que veía críticamente esta posición, pues sí, pero de
una semana para acá, empiezo a pensar de otro modo. Creo que esa debe ser la
posición de un ministro y la aplaudo.
Contrario al ministro de
defensa, que asume el rol de líder del gremio de soldados y policías,
encontramos a los demás ministros. Estos atacan y persiguen a sus supuestos
prohijados: La ministra de Educación culpa y persigue a los educadores. El de
salud persigue y culpa a médicos y enfermeras y desprecia a los pacientes y al
pueblo que pide acceso a ese servicio. El de trabajo pasivamente observa como
los empresarios en forma miserable proponen un aumento vergonzoso al salario
mínimo. El de justicia no sabe qué hacer con el caso de Petro. Parece que
fueran enemigos, y lo son, de los que supuestamente deberían proteger y
defender.
Hace varias noches, cerré
los ojos y dejé que el niño soñador, el poeta que llevo por dentro, echara a
volar la imaginación sobre la patria que sueño para mis nietos, y tuve esta
visión de país: Vi al ministro de salud, defendiendo a sus médicos y
enfermeras, pidiendo que el Estado asuma los costos de la defensa técnica para
los casos que se den en el servicio de su profesión. Reclamando aumentos
salariales, primas y reconocimiento de bonificaciones para todos los empleados hospitalarios.
Pedía con vehemencia aumento de los presupuestos. Una verdadera reforma en la
salud y la extinción de las EPS que desangran el erario y ocasionan más muertes
que la guerrilla y las bacrim juntas.
Vi a la ministra de
Educación, defendiendo a los educadores. Requiriendo aumentos salariales,
exigiéndole al senado un régimen unificado para que todos los docentes puedan
obtener la doble pensión. Reclamaba que la nación debe asumir los costos de los
post grados (Especializaciones, Maestrías y Doctorados) que se le exige al
maestro para ascender en el escalafón. Exigía que el escalafón fuera abierto y
que los profesores ascendieran hasta el grado que sus estudios, costeados por
la nación, les permitiera. Demandaba la construcción y reconstrucción de
escuelas y colegios para dotar a los colombianos de ambientes de aprendizajes
dignos y acordes a la educación del siglo XXI.
Vi al ministro del trabajo
diciendo en el senado que hay que acabar con la pantomima de las discusiones
del aumento salarial entre empresarios y trabajadores, que el aumento se haría
por decreto por encima del veinte por
ciento. Le escuche en su alocución, decir que para el 2014 la cuota que paga el
trabajador en salud, pensión y parafiscales sería asumida por el patrón y la
nación, para que así el salario pudiera alcanzarle a las familias de los
trabajadores. Dijo que los trabajadores y sus cónyuges, al igual que sus hijos
tenían derecho a estudios universitarios costeados por el Estado.
El desfile de ministros
continuaba, pero desafortunadamente sonó la alarma de mi despertador y tuve que
abrir los ojos a una realidad cruda, distante de mi sueño, encendí el televisor
y las noticias que pasaban eran de atentados de la guerrillas, de muertes
selectivas ocasionadas por bacrim, atracos callejeros, falsos positivos,
maltrato y asesinatos a mujeres y niños; pacientes muriendo por falta de
medicamento y atención médica negada por las EPS; niños que no pueden acceder a
la educación básica, jóvenes que no pueden entrar a la universidad, y mil aberraciones más. Este país está enfermo,
requiere con urgencia la paz y el compromiso serio de su dirigencia para que se
dé un cambio estructural, y que los ministros cumplan de verdad con lo que las
leyes le encomiendan.
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