Por: Diógenes Armando Pino Ávila
A través de la historia Colombia
ha sufrido tantas y tan variadas desilusiones en todos los aspectos de la vida
social, política, económica, histórica y deportiva, por solo mencionar algunas,
que ya parece imposible que nos sorprendamos ante cualquier desilusión. No
obstante los colombianos mantenemos intacta la esperanza, nunca caemos en la
desesperación de no creer en nada. Por eso cada cuatro años creemos en el
político de turno que va a sacar el país adelante, por eso creemos que este
candidato a la gobernación si nos va a hacer el puente, que este candidato a la
alcaldía sí va a pavimentar la cuadra donde vivo. Por eso cada cuatro años
hacemos campaña y participamos en política y dejamos la camisa vuelta jirones
en la plaza convenciendo a los vecinos para que voten por nuestro candidato.
Por eso cada año, desde el mes de
octubre hasta mediados de noviembre, nuestras mujeres hacen cábalas, critican
la celulitis, descubren cirugías estéticas en los esculturales cuerpos de las
candidatas al reinado de Cartagena y se desesperan cuando sus pronósticos no
aciertan con la que se lleva la corona y pasan el año entero diciendo que la
señorita tal era más hermosa y más inteligente que esta tonta que ganó.
Todos los años tenemos que
soportar a los amigos, aficionados al futbol, hablar mal de los equipos
contrarios y alabar al de sus preferencias, todo el año escuchamos «Es que Junior es tu papá» «Santafecito
lindo» o «El Nacho
es el Nacho» y cada
cual con sus predilecciones futbolísticas alabando a «su equipo del alma» cuando no, despotricando de
tal o cual jugador por haber votado el penalti o haber cometido la falta dentro
del «área chica»
En fin
esa es la cotidianidad de nosotros los colombianos, los que no perdemos las
esperanzas, los que soñamos con un mundo mejor. En estos días olvidamos las
rencillas electorales, nos importa un pito los trinos de Uribe en contra de la
paz, nos importa un bledo lo que digan los guerrilleros en la Habana, ignoramos
que el señor Procurador enfila baterías de nuevo contra Petro, nos interesa un
sieso que María del Pilar Hurtado ande como una conejita asustada pagando
escondederos a peso en ciudad de Panamá, no nos importa que Uribe de pronto no
se posesione en el senado por temor a perder su inmunidad como expresidente. Es
decir vivimos en un mundo de mentiras, donde nada nos importa, nada nos
interesa.
Esto
ocurre porque un grupo de muchachos talentosos se encuentran en Brasil dándole «el toque toque» a la pelota con esa gracia
artística que llena de alegría a un pueblo escéptico. Es que todos los días
estamos frente al televisor viendo los partidos, cuando no escuchando los
comentarios de Valdano o Chilaver y cuando estos terminas pasamos a los canales
deportivos para escuchar los análisis y comentarios. El hincha furibundo del
futbol escucha con atención religiosa a estos entendidos, aprende de memoria
los análisis, y mientras de baña los decontruye para reconstruirlos con sus
propias palabras, practica en el espejo y sale a buscar a sus amigos para al
calor de unos tragos generar la discusión del día sobre los resultados, y hace las
cábalas del mundial para poder lucirse con sus análisis y comentarios
plagiados. Hay algunos que ya en temple y emocionado por la discusión hablan
con acento argentino y no le dicen poncho, lucho o chepe a sus amigos, sino que
cariñosamente le dicen «Mirá Pibe,
vos sos un boludo, no distinguís una pelota de futból de una de beisból, mejor
calláte, no sigás diciendo boludeces»
Cada vez
que juega Colombia nos invade el patrioterismo tropical que pone a vibrar
nuestros corazones al unísono, nos pone a vestirnos de amarillo y a enarbolar
la tricolor en el frente de nuestras casas. Es que estos muchachos en tan pocos
días nos han devuelto la alegría perdida y nos han puesto a creer en Colombia,
es que estos muchachos han hecho posible la alegría colectiva y ese fervor que
comparten jóvenes y ancianos, uribistas y santistas, izquierdosos y
derechistas, farianos, elenos y militares, policías y paramilitares, es decir
somos hipotéticamente un pueblo en paz. Lástima que después del triunfo de
nuestra selección, retomamos el rol de pueblo sufrido y violento y en el
festejo nos emborrachamos, cometemos vandalismo, peleamos, nos agredimos, nos
matamos, y sacamos a relucir del sub fondo calloso de nuestras conciencias al
hombre primitivo en que nos ha convertido los más de 50 años de guerra fratricida.
¡Qué tal
que nos ganáramos el mundial? ¿Qué tal que nos trajéramos la copa de Brasil?
Les cuento, esa posibilidad no es remota, es posible que se cumpla ese sueño
colectivo, pero ¿qué pasará en el festejo? Me imagino la parranda larga, las
semanas de trancones por las caravanas de todos los días de la semana, los
muertos, los heridos. Me imagino a los políticos celosos ya que los hinchas
furibundos lanzaron a Pekermán de candidato para todas las alcaldías y concejos
de Colombia y como el tipo ganará las elecciones, entonces tendremos un solo
alcalde nacional que reemplazará a Santos y los diálogos de paz se trasladarán
de la habana al estadio Maracaná donde por primer vez los dos equipos en juego
y los jueces vestirán el mismo color de camisetas pues todos absolutamente
todos irán de los pies a la cabeza
vestidos de blanco. Imagínenos a Santos y Uribe cogidos de la mano gritando
coros para animar a la selección y a Pachito Santos de porrista haciendo
gimnasia acrobática cada vez que James haga gol. Ojalá Dios juegue del lado de
Colombia y nos ganemos el mundial. Repito, ser los campeones del mundo es
posible, como también es posible la paz.
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