Por: Diógenes
Armando Pino Ávila
Al caminar por las calles de
mi pueblo veo un proliferar descontrolado de murales políticos que contaminan y
afean visualmente las paredes. Hay murales y letreros de todos los colores y tendencias
políticas en un afán por impactar y conquistar el favor electoral del ciudadano
de a pie que desprevenido los lee. Cree el político que esto impactará la
psiquis del elector y por tanto atiborran las paredes de las calles con esta
propaganda, además pegan carteles y cuelgan pasacalles en la creencia que entre
más haya de ellos, mejor será la cosecha de votos y por tanto más elevada
probabilidad de salir electo.
Detrás de esta actividad,
aparte de los políticos, están los publicistas y pintores que se ganan unos
pesos honestamente con su arte u oficio en la elaboración de murales y
letreros, por el otro lado están las tipografías e imprentas donde se elaboran
los carteles y pancartas; están los muchachos que engrudo en mano pegan por las
noches los carteles cobrando por su trabajo,
pero la cosa no para ahí, pues también hay un grupo de avivatos que van
a la capital y recorren los comandos políticos y con una parla de culebrero
convencen a los políticos de que son capaces de conquistar al mundo para
conseguir los permisos de los dueños de las casas para que les permitan pintar
esos murales, estos ganan más dinero, que quienes los pegan o los hacen.
Este panorama descrito me
hacía recordar cómo hacían políticas nuestros mayores en estos pueblos de provincia
y los cambios que ha sufrido este quehacer. Antes era sencillo, había máximo
tres grupos: Liberales, conservadores y una disidencia liberal (siempre
liberal). Por tanto había dos gamonales (el liberal y el conservador) y un
inconforme que rompía el corral y hacía tolda aparte con la disidencia.
Generalmente estos señores eran personas prestantes, adinerados, comerciantes o
ganaderos sin ninguna clase de preparación escolar, que prevalidos por su
condición de superioridad económica, dominaban la opinión de sus paisanos. En
esa posición dominante, habían bautizado a media población y en el ejercicio
del compadrazgo y padrinaje tenían ascendencia sobre sus coterráneos. Esto
hacía que el político de la capital (más vivo y adinerado que ellos, pero igual
de ignorante) les visitara en época electoral, le palmeara las espaldas y el
gamonal con el ego henchido invitaba a sus compadres y vecinos para pavonearse
con el político y demostrar poder ante sus paisanos, estos aletargado por el
licor y anestesiado por los discursos juraban fidelidad y votos al político
visitante.
Andando el tiempo empezaron
a visibilizarse los líderes comunales que a través de su trabajo comunitario
lograron un empoderamiento, que a la postre desbancó a los gamonales, estos
inicialmente fueron hombres y mujeres honestos que trabajaban por sus
comunidades y en el afán de conseguir obras y partidas se embarcaban en la aventura política, y, con su liderazgo y
credibilidad servían de puente entre el político de la capital y la población
de sus comunidades.
Andando el tiempo, en estos
pueblos olvidados de Dios, muchos jóvenes se educaron y llegaron a la
Universidad, algunos lograron profesionalizarse y se convirtieron en los
“dotores” de sus comunidades. El estudio le amplió poderes y con este lograron
un empoderamiento mayor que el de los líderes comunales y los desbancaron o les
corrieron la butaca pasándolos de jefes locales a simples carga ladrillos.
Estos “dotores” con una preparación universitaria cambiaron los usos y
costumbres políticas, exigían puestos y dineros a los políticos capitalinos, y estos,
roto el nexo entre ellos y los gamonales y líderes comunales, tuvieron que
recomponer las relaciones viéndose obligados a aceptar estas condiciones de los
nuevos negociantes de la política local. La cauda electoral cambió de dueño,
los “dotores” llegaban de la capital donde hacían su vida de burócratas y
contactaban a los líderes locales alineados en los grupos del momento, sobaban
unos cuantos pesos y ponían unos votos a sus candidatos.
En algunos pueblos hubo
líderes rebeldes que formalizaron grupos cívicos y se fueron en disidencia y
ganaron las alcaldías locales perfilándose como dirigentes con ascendencia
sobre sus comunidades, no duró más de tres alcaldía cuando los “dotores”
retomaron el control político en las huestes votantes pueblerinas y llegan a
sus comunidades con dos o tres candidatos al senado y con varios candidatos a
la cámara, cuadran a algunos líderes locales y le aparecen votos a todos,
quedándose con la mayor parte del botín en dinero que se feria en la política.
Hoy noto que hay un cambio,
en cada pueblo de provincia hay un grupo de personas, de diferentes edades,
diferentes tendencias políticas y preparación académica que por esta época se
convierten en “correcomandos” que visitan las guaridas de los políticos y
negocian la votación de las comunidades sin consultar con el votante primario.
Es tal la presión y la competencia que se da entre grupos y candidatos, que
estos desesperados son presa fácil de esta nueva especie de intermediarios
políticos, soltándoles a manos llenas recursos para hacer las campañas locales
y para la compra de votos. Ellos saben que la gran mayoría les robará el dinero
pero corren el riesgo, a fin de cuentas este dinero no les ha costado mayor
esfuerzo, y como en estos pueblos le aparecen votos a todos los candidatos, es
fácil entonces decir que los pusieron y que por tanto fueron honestos y
rindieron los recursos recibidos.
Estamos siendo testigos de
la perversión con que la política sigue dañando a nuestros líderes, mientras el
votante raso de los barrios y comunidades marginales cansados de promesas y
obras que nunca llegan, venden el voto al mejor postor siendo partícipes de
este feroz mercado que compra conciencias y empobrece a los pueblos.
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