Por: Diógenes Armando Pino Ávila
Vivimos en un mundo tecnológico que ha permitido tener a la mano y en pocos segundos la información sobre cualquier tema que nos inquiete. Tenemos la posibilidad de leer sobre los más variados temas sin tener el libro físico en manos. Gozamos del privilegio de visitar bibliotecas y museos remotos sin necesidad de viajar. La tecnología nos ha permitido ver y charlar con personas que viven a miles de kilómetros. La tecnología ha roto las fronteras de pueblos y naciones y cada día se confirma que al sociólogo canadiense Marshall McLuhan le asistía la razón cuando acuñó el término de “aldea global”, pues parece que en la medida en que crecemos en cuanto a tecnología de la comunicación se achican las distancias; y que Marshall McLuhan tuvo el acierto de pensar la sociedad global como tribu planetaria, porque eso somos ya que irremediablemente estamos perdiendo identidad con lo propio de cada pueblo y pretendemos ser globales.
Vivimos en un mundo tecnológico que ha permitido tener a la mano y en pocos segundos la información sobre cualquier tema que nos inquiete. Tenemos la posibilidad de leer sobre los más variados temas sin tener el libro físico en manos. Gozamos del privilegio de visitar bibliotecas y museos remotos sin necesidad de viajar. La tecnología nos ha permitido ver y charlar con personas que viven a miles de kilómetros. La tecnología ha roto las fronteras de pueblos y naciones y cada día se confirma que al sociólogo canadiense Marshall McLuhan le asistía la razón cuando acuñó el término de “aldea global”, pues parece que en la medida en que crecemos en cuanto a tecnología de la comunicación se achican las distancias; y que Marshall McLuhan tuvo el acierto de pensar la sociedad global como tribu planetaria, porque eso somos ya que irremediablemente estamos perdiendo identidad con lo propio de cada pueblo y pretendemos ser globales.
Esa oportunidad que nos ha dado la tecnología de aumentar en
forma exponencial el conocimiento, ahora sabemos más que antes, nos enfrenta a
un nuevo problema, y es que no contamos con la sabiduría necesaria para manejar
ese conocimiento. Esto nos enfrenta a problemas éticos y filosóficos que
requieren reflexión profunda y soluciones urgentes. No voy a profundizar sobre
el particular, pues estos párrafos iniciales son mera introductoria para tocar
el caso de la cultura (nuestra cultura popular), en escritos anteriores he
tratado de llamar la atención sobre la pérdida de identidad que vienen sufriendo
nuestros pueblos y la forma sutil con que la cultura dominante (en este caso la
cultura vallenata) viene socavando las bases identitarias de nuestros pueblos.
Hay que tomar decisiones importantes, los alcaldes, los
concejos municipales, las escuelas y colegios de nuestras localidades deben
tomar cartas en el asunto e impulsar un plan de choque para resignificar
nuestra cultura, nuestras leyendas, nuestra oralidad. Cómo hacerlo? Implantando
una cultura para la cultura. Aunque parezca una perogrullada es necesario que
en el aula se implante una cátedra de “Cultura para la cultura”, dónde al niño,
al joven se le enseñe a valorar las expresiones culturales vernáculas, que en
esa clase el profesor propicie el placer por escuchar las historias de los
abuelos, los cantos ancestrales, las leyendas, los bailes y danzas de nuestros
mayores, la historia local y sobre todo que el niño y el joven aprenda a amar
lo nuestro.
Para ello se requiere el concurso de todos. Que en la clase
de Educación artística, el profesor a más de enseñar las técnicas de dibujo y
manualidades, los bailes y expresiones de las regiones, le enseñe al niño lo
local: La tambora, La matanza del tigre, las historias de Antón García, la
historia local, los personajes de nuestro pasado y presente, etcétera, es
decir, le devele ese mundo mágico y fascinante de la cultura popular del pueblo
donde tuvimos la fortuna de nacer, que conozca el pasado de su localidad, su
historia. Se requiere que los entes municipales se ubiquen y entiendan que para
que se dé un desarrollo integral es necesario progresar económica y
políticamente, pero que aparejado a ello se debe crecer en el conocimiento de
nuestra propia cultura, por tanto deben apropiar los recursos necesarios y
suficientes para impulsar encuentros, concursos, presentaciones y demás actos
culturales que promuevan la cultura en general pero reservando el mayor espacio
para lo propio.
Que la escuela o el colegio deje de ser una ínsula y se abra
hacia la comunidad, que permita que los profesionales de las diferentes
disciplinas, los escritores locales, los historiadores, los artistas populares
de la población, los ancianos cuenta-cuenteros y demás individuos de ese
universo variado que es nuestro pueblo, puedan exponer a los niños y jóvenes
esa otra visión del mundo que la escuela por sí sola no puede mostrar. Se
requiere un diálogo de saberes permanente en que la escuela y el colegio participen
para que sea enriquecedora la experiencia y los alumnos se nutran de ella. Para
ello se debe partir de la concepción de que si no conocemos nuestro pasado, no
podremos afianzarnos en el presente para tomar el impulso necesario de
proyectar el futuro.
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