Por: Diógenes Armando Pino Ávila
El mundo asiste boquiabierto a el
espectáculo de la Copa Mundo Brasil y cada día los ciudadanos de las naciones
nos sentamos ante un televisor a cumplir el ritual colectivo de ver las
gambetas y genialidades deportivas de esos muchachos que visten las camisetas
de sus países y defienden sus colores en las justas futboleras. Ese ritual
donde le rendimos culto al rey de los deportes nos impide ver otras realidades
que ocurren simultáneamente al campeonato del mundo. La pasión por el balompié
nos mantiene ocupado y evadido de las realidades que se dan en nuestras vidas y
en la de los demás, por ejemplo, no nos dimos cuenta que en Colombia el galón
de gasolina subió y que esta alza tendrá consecuencias onerosas en el costo de
la canasta familiar, la guerrilla del ELN derrama el crudo de los camiones
cisternas que lo transportan en una carretera rural colombiana y contaminan las
fuentes de agua con que se surten los pueblos del Putumayo. En Brasil los
pobladores de las favelas protestan violentamente contra el espectáculo montado
por la FIFA. El grupo terrorista Hamas que dice defender la causa palestina
lanza cohetes contra las ciudades de Israel. El mundo entero anonadado por el
espectáculo del futbol no ve este otro espectáculo que se vive en esta otra
dimensión de la realidad.
Por eso, cuando terminan los
partidos y retorna la vida cotidiana, buscando comentarios y noticias
diferentes encuentra uno aterradores casos, que como el de Palestina e Israel,
que demuestran por sí solos que el hombre no es inteligente. Viendo las
imágenes que publica la prensa internacional, las que circulan en las redes
sociales y las que los blogueros del mundo muestran repudiando la masacre
indiscriminada que los misiles israelíes causan sobre el pueblo palestino,
siente uno que el alma se le arruga de dolor y por dentro siente el rugir
primitivo de la impotencia ante la locura que causa el odio sobre los hombres.
Es que es duro ver los cadáveres
de niños mutilados e incinerados por el bombardeo indiscriminado que sufre la
franja de Gaza. Uno no comprende como los políticos de los dos países atizan el
fuego maldito de la hoguera de esos odios ancestrales, que datan desde tiempos
bíblicos. La mente civilizada se niega a comprender que en razón a creencias y
guerras contadas por los libros sagrados se despedacen los seres humanos, en un
estado de sicosis colectiva, y peor aún, que ni siquiera tengan la decencia de
excluir a los niños, mujeres y ancianos de esa horrible demencia.
No entiende uno, que dos pueblos
vecinos con arraigados principios religiosos, cada uno de acuerdo a sus
tradiciones y cultura, amando a Dios a su manera, pierdan el sentido de la
humanidad y la decencia y entren a un escenario tenebroso de exterminio
colectivo matando niños, mujeres y ancianos. No estoy justificando a ninguno de
los actores del conflicto y de pronto como padre, y como abuelo que soy, sienta
en lo más recóndito de mi alma la rabia, la indignación que produce el dolor de
ver cadáveres de niños con las edades de mis nietos.
Tal vez, ese sentido de justicia
heredados de nuestros padres, llevan a dolerme del lado de los más débiles, y
en efecto, cuando uno sabe que Palestina no tiene, ejercito, no tiene aviones
de guerra y no tiene marina, independientemente de quién tenga la razón, uno
siente que es apenas un gesto de la decencia clamar por el más débil. No
desconozco la culpabilidad del grupo Hamas que desde el lado palestino lanza
cohetes contra la población israelí y que gracias a la avanzada tecnológica con
que los gringos dotaron a Israel, pueden ser neutralizados, haciéndolos
explotar en las alturas antes que toquen tierra y hagan daño sobre la población
judía.
Me parece descomunal y
desmesurada la respuesta de los judíos, que amparados en el escudo invencible
de los misiles patriots con que neutralizan los ataques del grupo Hamas,
emprendan el masivo e indiscriminado ataque de exterminio contra la población
civil de Palestina y masacren a un pueblo que está en clara desventaja ante su
enemigo. Son aterradoras las escenas que muestran las imágenes publicadas,
donde se ve el cuadro tenebroso de decenas de cadáveres de niños destrozados,
apilados entre las ruinas de casas destruidas en la franja de Gaza, se asombra
uno ante las escenas de niños y mujeres que huyen despavoridos entre los
escombros de edificios dinamitados, en una población sometida a la barbarie del
enemigo y de la irracional terquedad de sus rebeldes.
No sé cuál de las partes tenga la
razón, lo que sí tengo claro es que a ambos los ciega la sinrazón de unos odios
ancestrales, tengo claro que la irracionalidad del hombre llega a niveles de
salvajismo y animalidad que ni siquiera las fieras salvajes muestran. Lo que sí
tengo claro es que el hombre «civilizado» de hoy
odia desmesuradamente y que en su desmesura destruye a sus congéneres. Tengo
claro que no hemos podido despojarnos de nuestra condición animal y que en
nuestro interior palpita intacto el salvaje que decimos dejamos de ser hace
miles de años. ¿Si esto ocurre en «La Tierra Santa» que pasará en la que no lo sea?
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