Por: Diógenes Armando Pino Ávila
Con los resultados electorales
del domingo comienza el final de la horrible noche de una guerra de más de 50
años, que ha causado miles y miles de muertos y empieza a clarear una alborada
luminosa de una paz duradera que evitará miles y miles de muertos más.
Por eso los colombianos todos,
los que votamos por Santos, los que votaron por Zuluaga, los que votaron por el
voto en blanco, los que no votaron, los de izquierda, los de la ultraizquierda,
los de la derecha, los de la ultra derecha, los de centro, los que creen en el
proceso de paz, los que no creen, los que creen en los paramilitares, los que
creen en la guerrilla, los que creen en los militares, los que no creen en
ninguno de los anteriores, los guerrilleros, los paracos, los militares, los
policías, los que creen en Dios, los ateos, los descreídos, los masones, los
gnósticos, los cristianos de diferentes vertientes, todos, absolutamente todos,
debemos cerrar filas para que esta paz se concrete, comenzando con la firma de
paz con la Far en la Habana y prosiguiendo con el ELN y después con los
militares presos y los paramilitares que deseen un país mejor.
Hay que proseguir la campaña en
favor de la paz para que esta se haga efectiva y Colombia y los colombianos
podamos por fin disfrutar del país maravilloso donde tuvimos la fortuna de
nacer. Hay que mantener el entusiasmo y la esperanza de la paz, para que esta se
dé y en ella podamos ver concretados los cambios estructurales y legales que la
consoliden y la hagan permanente.
Hay que mantener la esperanza de
un futuro promisorio donde los colombianos podamos vivir como verdaderos
compatriotas, sin odios ni rencores, donde el respeto por la vida sea el valor
supremo de la civilidad, donde los militares y policías sean los defensores
verdaderos de la honra y propiedad de los ciudadanos. Donde la gente no muera
en las puertas de los hospitales por falta de atención médica, sino que por el
contrario, dentro de la política del Estado de preservación de la vida, la
salud sea una de las prioridades de la patria y un derecho inviolable de los
ciudadanos.
Debemos consolidar la paz para
que el Estado deba y pueda garantizar el acceso a la educación en todos los
niveles a los niños y jóvenes, y que todos los colombianos tengamos la opción
de estudiar haciendo valer el derecho a la educación, partiendo de la base, que
hay que formar ciudadanos que a través del estudio alcancen el conocimiento que
los hará libres de las cadenas de la ignorancia y el sometimiento con que
siempre se ha abusado del pueblo. Es por la educación que lograremos el avance
económico, pues preparando profesionales y técnicos es como lograremos
desarrollar la economía y la industria para que estas últimas crezcan, generen
trabajo, ingresos económicos en los trabajadores y por tanto riqueza y
prosperidad general.
Tenemos que defender la paz para
que, como lo dijo Yesid García concejal progresista de Bogotá, «el sol
de nuevo se oculte a las seis de la tarde y no a las diez de la noche» como lo estableció el gobierno
anterior cuando reglamentó que las horas extras no se comenzaban a ganar a
partir de las seis de la tarde sino a las diez de la noche, con el argumento
falaz de que así se crearían más empleos para los colombianos.
Necesitamos que la guerra termine
para que los recursos ingentes que se destinan a ella sean redirigidos hacia
otras necesidades que satisfagan el bienestar colectivo y propicien la vida y
no la muerte. Que los recursos que se destinan a alimentar la guerra fratricida
sean canalizados hacia la salud, la educación, la investigación, la vivienda, y
a la creación de nuevas empresas que generen nuevos puestos de trabajo.
Necesitamos la paz para que el
malsano sentimiento de amar la guerra sea erradicado de nuestra cultura, para
que los colombianos entendamos de una vez por todas que el estado natural del
hombre es la paz y no la guerra. Necesitamos la paz como terapia para tratar el
problema psicológico que padece un gran número de compatriotas que la guerra
los ha destinado a sufrir el famosos «síndrome de Estocolmo» pues en la ambivalencia de sus sentimientos
creen odiar a la guerrilla o a los paramilitares y han terminado amando a sus
verdugos, por esos quieren que la guerra se prolongue y la barbarie continúe.
Necesitamos que este proceso de
paz se consolide y que la justicia transicional que se derive de él sea amplia,
en la cual quepan los guerrilleros, los paramilitares, los militares y policías
que por razones de la guerra hayan caído inmersos en situaciones dolosas.
Queremos que la paz se firme por fin con todos los actores del conflicto, para
que nuestra patria brinde, de una vez y para siempre, el ambiente de la
reconciliación, perdón y reparación, que devuelva la tranquilidad a los
corazones afectados por esta guerra demencial que nos ha ido degradando como
pueblo.
Deseamos la paz, porque es un
imperativo moral terminar la guerra para que nuestros hijos y nietos respiren
vientos de tranquilidad y concordia, porque es una obligación histórica dejar a
las nuevas generaciones una patria que permita el libre desarrollo de la
personalidad, dentro de un ambiente de igualdad y respeto a los demás.
Propiciaremos la paz porque estamos cansado de la guerra y los violentos, porque
entendemos que la guerra es el negocio de los más fuertes, ya que con ella
expropian las tierras a los campesinos, porque comprendimos que el
desplazamiento forzado, las desapariciones, las masacres, los secuestros, la
extorsión, los atentados, los falsos positivos y demás parafernalia de esta
guerra demencial afecta a todos por igual y que no podemos ser un país de
víctimas, que no podemos seguir envenenando esta sociedad con el corrosivo
rencor de los poderosos que propician la guerra y sus causas para enriquecerse
cimentando sus fortunas sobre montaña de cadáveres sin sentir remordimiento
ninguno.
Por eso queremos la paz,
anhelamos la paz. ¡Que viva Colombia y que viva la paz!
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