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Aquí publicamos los artículos de prensa, columna, crónicas, reflexiones, ensayos y demás de la producción textual de Diógenes Armando Pino Ávila.

sábado, 3 de mayo de 2014

En el país del Sagrado Corazón

Por: Diógenes Armando Pino Ávila
Vivimos en el país del Sagrado Corazón, un país con dos mares y todos los climas; donde producimos el mejor café del mundo; donde se dice que tenemos el mejor segundo himno del mundo; en donde los narradores deportivos se desgañitan locutando el tour de france y con lágrimas y llantos narran la epopeya de «los escarabajos»,  jóvenes campesinos boyacenses, que comen panela para potenciar sus piernas y pedalear en sus «caballitos de acero» escalando las cuestas francesas y conquistando los premios de montaña.

En este país Chibcha donde hacemos cadenas de oración por la recuperación física de Falcao, donde aún recordamos y catalogamos de memorable el 5-0 con Argentina; donde los jugadores de la Selección Colombia del mundial pasado ahora son personajes de bobalicones episodios televisados y los cantantes de música de acordeón que han muerto, han sido el tema de aplaudidas telenovelas con altísimo rating, El Joe Aroyo también hizo parte de la temática de estos seriados, lo mismo que Escalona,   y sacan, y sacaron unas que otras lágrimas acompañadas de catarro en las muchachas del servicio.

En nuestro país se le ha hecho apología a los mafiosos, provocando la idealización de estos monstruos por parte de la juventud urbana de los barrios marginales de las grandes capitales del país. En algunas ciudades y pueblos se les rendía culto a los jefes paramilitares, y personas sin escrúpulos buscaron padrinazgo de éstos, logrando réditos electorales. En algunos pueblos y veredas ocurría lo mismo no solo con los paras sino también con la guerrilla.

En este país, en que la única forma en que el pueblo acceda a la atención de su salud es mediante la tutela, caso contrario muere consumiendo ibuprofeno o en ese recorrido tenebroso que los medios de comunicación llaman «el paseo de la muerte», sí, en este país en que los medicamentos valen más del 100% del valor que pagan en las farmacias de los países vecinos, y que una intervención quirúrgica de urgencia para que la practiquen debe pasar por dos o tres tutelas y dos o cuatro desacatos.

En este país que nos dio Dios por Patria, los campesinos deben hacer paros y bloqueos para reclamar lo que en sana Ley el gobierno debe darles; donde los pueblos deben hacer paros y quemar llantas para hacer visible el atropello y el robo descarado que les hacen en el cobro de los servicios públicos; aquí donde las escuelas y colegios no cuentan con ambientes de aprendizajes adecuados y los educadores reciben ínfimos salarios, y requieren de especializaciones y maestrías para ascender en el escalafón después de varios años de trabajo y sin embargo se les culpa, solo a Ellos, de los malos resultados de las pruebas de estado y la prueba PISA.

En esta nación, donde el señor Procurador reparte perdones y condenas de acuerdo al credo del procesado, en este Macondo gigante donde una representante de nuestro parlamento en un acto de «soberbia bovina» (es ganadera de Fedegan), manda al infierno al hombre más grande que ha parido Colombia, si, aquí donde una periodista española le reclama a Gabo por no haber hecho un acueducto en Aracataca, pero omite que este debe ser un acto del gobierno con dineros del Estado

En este país dónde el pueblo elige por cuatro años y reelige por cuatro más a esos que en el poder se enriquecen con los recursos del Estado, esos que reciben coimas y sobornos para firmar jugosos contratos, esos mismos que enriquecen a sus hijos, esposas y familiares, sí, esos que después de electos y ricos, pretenden que el pueblo les rinda pleitesía, y parece que en la lógica perversa de la política nuestra, el pueblo le sale a deber favores y eterno agradecimiento por haber hecho una obra de infraestructura con recursos del Estado y pretenden hipotecar de por vida la conciencia y el voto de los electores por esos «favores» recibidos.

En esta nación donde su población ha sido hábilmente dividida entre buenos y malos, terroristas y gente bien, paracos e izquierdistas, derecha y guerrilleros, esta nación que se ha hundido en el fango de la ignominia, donde un presidente le dio fin a la guerrilla cambiándole el nombre por el de «narco guerrilla» y donde el mismo mandatario acabó con el paramilitarismo denominándolo «bacrim», aquí donde la opinión pública, si es que la hay, ha sido dividida entre los que queremos la paz y los que quieren perpetuar esa guerra fratricida que ha desangrado campos y ciudades por más de 50 años.

En este pueblo colombiano de hoy, de ahora, nos toca tomar una decisión trascendental: Decidirnos por la paz o por la guerra. Por ello debemos hacer un alto en el camino y reflexionar con seriedad y sinceridad, pensando más en nuestros hijos y nietos, pensando en el futuro y en el bienestar de la patria, para escoger la ruta a seguir, decidiendo de una vez por todas que es lo queremos como nación, si el sancocho de alacrán en que estamos convertidos, donde todos le temen a todos, por temor a la picadura letal, o el pueblo de paisanos donde podamos mirarnos a la cara sin odios ni vergüenzas, donde se cuente la verdad, donde haya reparación y se dé la reconciliación. Creo que nuestros hijos y nietos merecen este esfuerzo que como sociedad civilizada debemos realizar.



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