Por: Diógenes Armando Pino Ávila
Vivimos en el país del Sagrado
Corazón, un país con dos mares y todos los climas; donde producimos el mejor
café del mundo; donde se dice que tenemos el mejor segundo himno del mundo; en
donde los narradores deportivos se desgañitan locutando el tour de france y con lágrimas y llantos narran la epopeya de «los
escarabajos», jóvenes campesinos boyacenses, que comen
panela para potenciar sus piernas y pedalear en sus «caballitos
de acero» escalando las cuestas
francesas y conquistando los premios de montaña.
En este
país Chibcha donde hacemos cadenas de oración por la recuperación física de
Falcao, donde aún recordamos y catalogamos de memorable el 5-0 con Argentina; donde
los jugadores de la Selección Colombia del mundial pasado ahora son personajes
de bobalicones episodios televisados y los
cantantes de música de acordeón que han muerto, han sido el tema de aplaudidas
telenovelas con altísimo rating, El Joe Aroyo también hizo parte de la temática
de estos seriados, lo mismo que Escalona,
y sacan, y sacaron unas que otras
lágrimas acompañadas de catarro en las muchachas del servicio.
En
nuestro país se le ha hecho apología a los mafiosos, provocando la idealización
de estos monstruos por parte de la juventud urbana de los barrios marginales de
las grandes capitales del país. En algunas ciudades y pueblos se les rendía
culto a los jefes paramilitares, y personas sin escrúpulos buscaron padrinazgo
de éstos, logrando réditos electorales. En algunos pueblos y veredas ocurría lo
mismo no solo con los paras sino también con la guerrilla.
En este
país, en que la única forma en que el pueblo acceda a la atención de su salud
es mediante la tutela, caso contrario muere consumiendo ibuprofeno o en ese
recorrido tenebroso que los medios de comunicación llaman «el paseo
de la muerte», sí,
en este país en que los medicamentos valen más del 100% del valor que pagan en
las farmacias de los países vecinos, y que una intervención quirúrgica de
urgencia para que la practiquen debe pasar por dos o tres tutelas y dos o
cuatro desacatos.
En este
país que nos dio Dios por Patria, los campesinos deben hacer paros y bloqueos
para reclamar lo que en sana Ley el gobierno debe darles; donde los pueblos
deben hacer paros y quemar llantas para hacer visible el atropello y el robo
descarado que les hacen en el cobro de los servicios públicos; aquí donde las
escuelas y colegios no cuentan con ambientes de aprendizajes adecuados y los
educadores reciben ínfimos salarios, y requieren de especializaciones y
maestrías para ascender en el escalafón después de varios años de trabajo y sin
embargo se les culpa, solo a Ellos, de los malos resultados de las pruebas de
estado y la prueba PISA.
En esta
nación, donde el señor Procurador reparte perdones y condenas de acuerdo al
credo del procesado, en este Macondo gigante donde una representante de nuestro
parlamento en un acto de «soberbia
bovina» (es ganadera de Fedegan), manda al infierno al hombre más grande que ha
parido Colombia, si, aquí donde una periodista española le reclama a Gabo por
no haber hecho un acueducto en Aracataca, pero omite que este debe ser un acto
del gobierno con dineros del Estado
En este
país dónde el pueblo elige por cuatro años y reelige por cuatro más a esos que
en el poder se enriquecen con los recursos del Estado, esos que reciben coimas
y sobornos para firmar jugosos contratos, esos mismos que enriquecen a sus
hijos, esposas y familiares, sí, esos que después de electos y ricos, pretenden
que el pueblo les rinda pleitesía, y parece que en la lógica perversa de la
política nuestra, el pueblo le sale a deber favores y eterno agradecimiento por
haber hecho una obra de infraestructura con recursos del Estado y pretenden
hipotecar de por vida la conciencia y el voto de los electores por esos «favores» recibidos.
En esta
nación donde su población ha sido hábilmente dividida entre buenos y malos,
terroristas y gente bien, paracos e izquierdistas, derecha y guerrilleros, esta
nación que se ha hundido en el fango de la ignominia, donde un presidente le
dio fin a la guerrilla cambiándole el nombre por el de «narco
guerrilla» y donde el mismo mandatario
acabó con el paramilitarismo denominándolo «bacrim», aquí donde la opinión pública, si es que la hay, ha sido
dividida entre los que queremos la paz y los que quieren perpetuar esa guerra
fratricida que ha desangrado campos y ciudades por más de 50 años.
En este
pueblo colombiano de hoy, de ahora, nos toca tomar una decisión trascendental:
Decidirnos por la paz o por la guerra. Por ello debemos hacer un alto en el
camino y reflexionar con seriedad y sinceridad, pensando más en nuestros hijos
y nietos, pensando en el futuro y en el bienestar de la patria, para escoger la
ruta a seguir, decidiendo de una vez por todas que es lo queremos como nación,
si el sancocho de alacrán en que estamos convertidos, donde todos le temen a
todos, por temor a la picadura letal, o el pueblo de paisanos donde podamos
mirarnos a la cara sin odios ni vergüenzas, donde se cuente la verdad, donde
haya reparación y se dé la reconciliación. Creo que nuestros hijos y nietos
merecen este esfuerzo que como sociedad civilizada debemos realizar.
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