Por: Diógenes Armando Pino Ávila
Cada pueblo tiene unos rasgos y
expresiones identitarias bien definidas que lo hacen diferente de otros
pueblos. En algunos casos estos rasgos
trascienden las fronteras de las localidades y abarcan los municipios de un
departamento o de una región, y es fácil identificar al nativo de estos pueblos
o regiones por esos rasgos constitutivos de su cultura. No hay que hacer mayor esfuerzo para saber
que una persona es antioqueña, pues su habla, costumbres, tradiciones, cultura
y comportamiento lo marcan y diferencia del nativo de otras latitudes y hacen
que, el otro, se dé cuenta que está ante un paisa. Lo mismo ocurre con el opita,
el llanero, el guajiro, el santandereano, el rolo, el boyacacuno, etc. Y, en un
sentido más amplio, se da este mismo fenómeno a nivel de las cinco regiones,
pues los rasgos comunes del andino, lo diferencian claramente del hombre caribe
y el caribe se distingue del hombre del pacífico y este de los hombres de las
otras regiones de la patria.
El Departamento del Cesar es un
caso sui generis, pues no podemos decir que hay un tipo cesarence, hombre
vallenato, y desde entonces se ha gastado tinta y teoría con esta
pretensión, incluso, algunos hablan del país vallenato.
pues nuestro
departamento fue creado por ambiciones políticas y no obedece a regla cultural
alguna, sin embargo, desde su inauguración (21 de diciembre de 1.967), se ha
pretendido encasillar a los pobladores del departamento con el estereotipo de
Que hay de verdadero en esta pretensión? Para aclarar el
interrogante permítanme decir que el Cesar es un departamento donde por fortuna
conviven armónicamente varias etnias y varias culturas y que todo intento de
homogenización ha sido vano, pues el Cesar está poblado de la siguiente manera:
El hombre vallenato. Este puebla la zona norte del departamento y
su cultura es la música de acordeón, este individuo tiene un fuerte vínculo
cultural y familiar con el guajiro.
El hombre riano. En la zona aledaña a la ciénaga de La Zapatosa se
encuentra ubicado el hombre ríano, aquel que tiene la
cultura del río o como la llamó Fals Borda “cultura
anfibia” y su expresión cultural y dancística es “La Tambora” a este tipo
pertenecen los moradores de los pueblos de Tamalameque, Chiriguaná, Chimichagua,
La Jagua, La Gloria, Gamarra y algunos corregimientos de Curumaní, Pailitas,
Pelaya y Aguachica.
El hombre santandereano. Existe en la parte sur del departamento, el
hombre santandereano, el cual puebla los municipios de Río de Oro,
Gonzales, San Alberto, San Martín, Aguachica, Pelaya, Pailitas, Curumaní,
Codazi y algunos corregimientos del mismo Valledupar. Estos mantienen intactas
sus formas identitarias, en cuanto al habla, culinaria, música de cuerdas,
costumbres, tradiciones y festejos, son devotos de La Virgen del Carmen.
El indígena. La zona elevada, Sierra Nevada de Santa Marta, está
poblada por pueblos indígenas: Arhuacos,
Koguis, Kankuamos, Wiwa entre otros y los Yukpas en la serranía del
Perijá y cada uno de ellos tiene su propia cultura y sus propias tradiciones.
Ante este panorama variopinto del
hombre del Cesar se cae de su peso el cuento de un tipo de hombre cesarence y
sobre todo de esa carreta hegemónica que pretende colonizarnos como pueblo
vallenato, desconociendo la cultura, historia, tradiciones y costumbres de los
demás pueblos que coexisten en el suelo del departamento. Esa campaña de
colonización a veces se torna agresiva y otras veces sutil, y que por estar
desprevenidos los intelectuales de los diferentes municipios ha tomado fuerza y
ha logrado socavar nuestras costumbres y cultura como pueblo.
De qué medio se han valido? Primero que todo, han tenido la
hegemonía y el dominio político en la
cosa pública del departamento (han sido
senadores, representantes, diputados, gobernadores) y bajo esta perspectiva
solo promueven su propia cultura: El vallenato. Manejan el presupuesto departamental
y lo ponen al servicio de lo suyo (El festival vallenato), dejando algunas
migajas para la cultura de los demás municipios, con el agravante de que a
través de La Coordinación de cultura departamental que es la que reparte los sobrantes,
se cuidan mucho de definir que ese apoyo departamental sea canalizado para el
pago de conjuntos vallenatos que vienen a amenizar las fiestas de los pueblos
(Estos conjuntos, generalmente llegan al pueblo y comienzan el toque a las once
o doce de la noche, ejecutan dos o tres tandas musicales, versean la mitad del
espectáculo y al cabo de dos horas se van, llevando un pago millonario). Hasta
aquí la forma sutil
Ha habido otra forma más agresiva
y fue la perpetrada a través del Literal
c del artículo 3 de la Ley 739 de 2002, más conocida como Ley
Consuelo. Que rezaba “El
Ministerio de Educación Nacional creará la cátedra Valores y Talentos
Vallenatos "Consuelo Araujonoquera", de obligatorio cumplimiento en
los colegios públicos y privados del departamento del Cesar, a nivel de la
Educación Básica Primaria.”
Imagínense tamaño atentado contra
la cultura de los pueblos, orquestado, auspiciado y dirigido ni más ni menos
desde el mismo congreso de la República. Tamaño despropósito hubiera sido
impuesto a no ser por tres jóvenes estudiantes de derecho (Diógenes Armando
Pino Sanjur de Tamalameque, Eguis Palma de Pelaya y Edelmira Martínez de
Barboza) que se atrevieron a desafiar el poderío vallenato y demandaron ante la
Corte Constitucional este literal y lograron tumbarlo.
Cuál ha sido el papel de los intelectuales y gestores culturales de los
municipios? El papel de intelectuales y gestores culturales ha sido el de
la pasividad, el de aceptar y acatar genuflexos las imposiciones y la
lapidación de la cultura vernácula, sin levantar la voz ante tan aberrante
agresión. Peor aún, algunos de nuestros intelectuales y gestores culturales
impulsan en las fiestas patronales de sus pueblos, “con un derroche de imaginación”,
sus propios Festivales vallenatos, con
un espíritu de autodestrucción, a mi modo de ver patológico, ya que en esa
autoflagelación no solo destruyen todo vestigio de cultura terrígena sino que
socaban gravemente la historia y tradición de sus propios pueblos.
Como consecuencia de lo expuesto
encontramos que nuestros jóvenes no conocen sus orígenes y por tanto no se
pueden enorgullecer de ello y por eso, estamos dando a nuestras nuevas
generaciones, el equivocado mensaje de
que como pueblo no tenemos importancia, no tenemos cultura y por tanto asumimos
la de otro pueblo. Lo aterrador de este
caso es que los niños y jóvenes van creciendo con la creencia de que el
vallenato es su cultura y menosprecian lo propio, lo auténtico. Este panorama
sombrío de nuestra cultura, de seguir así, se agravará andando el tiempo, pues en
esta era de la Internet y la globalización, pueblo que no tenga cimentada su
propia cultura, su historia y su tradición, será engullido por el desaforado
afán globalizante y será un pueblo anónimo.
Abierta esta discusión, se hace
necesario, que los gestores culturales, los intelectuales, la academia, la
Universidad, la escuela participe activamente y se inicie la resignificación de
nuestra cultura, la documentación de la misma, la divulgación de lo propio,
para así retomar la identidad de nuestros pueblos y poder ser dentro del
concierto de los pueblos del Cesar, pueblos con historia, con cultura y
tradiciones que nos diferencien de los otros pueblos, luego de ello, entonces
sí, buscar los puntos de encuentro que unifiquen algún criterio común y que permitan
tomar conciencia de departamento y de hombre Cesarence.
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