Por: Diógenes Armando
Pino Ávila
Ha iniciado la campaña política colombiana, ya las encuestas
empezaron a inundar los medios masivos de comunicación, ya la Tv y la prensa
escrita entrevistan a los candidatos y a los políticos, ya la grey comienza a
moverse hacia el lado del corral electoral que le ha impresionado, buscando el
hierro candente que le pondrá la marquilla política identificadora de esta campaña electorera.
En los bares y cantinas, entre vallenatos, tragos y billares
comienza a caldearse el ambiente electoral, el borracho toma ánimos y esboza
ideas sesudas que le han escuchado a sus candidatos, las que son rebatidas con
mucho ardor por otros borrachos que repiten los argumentos, oídos también, a
sus candidatos, ya los cantineros son mediadores expertos para zanjar estas
discusiones, (suben el volumen del equipo de sonido o cobran la cuenta)
procurando siempre ser imparciales, para no perder clientela, (en eso son
expertos).
Esta es la época en que da gusto ir a peluquearse, pues en la
provincia, nuestros peluqueros son expertos en la cábala política y en las
artes adivinatorias de resultados, ellos mantienen en su cabeza, (no conozco el
truco mnemotécnico), los resultados, por lo menos, de las cuatro últimas elecciones
y con una asombrosa facilidad y experticia hacen mentalmente cuadros
comparativos que demuestran por qué el candidato de sus preferencias va a ganar
en estas elecciones, es más, formulan aventuradas hipótesis, y cual magos
avezados, dan posibles coaliciones en donde siempre se suma una franja
electoral a su candidato, restándole al aspirante contrario. Cuentan como
primicia que fulano de tal se volteó hacia otro movimiento, dando la cifra
exacta en que se tasó la voltereta (siempre aciertan en el valor de transacción).
Llegar a la plaza principal, acercarse a la tertulia de
paisanos es un placer, pues en esta se escuchan conversaciones, a veces
discusiones subidas de tono, entre el vendedor de tintos y los mototaxistas,
entre los loteros y los lustrabotas, entre
el que arregla relojes y el que vende minutos y otros oficios comunes en
nuestra provincia en un todos contra todos, en que se debate la situación
socioeconómica del país. Aquí se escuchan las más osadas propuestas reformistas
de todos los órdenes, donde el pueblo raso da su opinión del por qué las cosas
marchan tan mal y quienes son los verdaderos culpables de este desmadre de la
nación. La plaza de provincia, es por decirlo así, el reverbero donde se cuece,
a la manera del pueblo, la verdad no revelada por los medios masivos de
comunicación. En la plaza de provincia se debate la conveniencia o no de que
tales o cuales candidatos lleguen a ganar las elecciones. Allí todos toman
partido y fundamentan su opinión.
Los políticos saben esto, por eso no asisten a la plaza,
argumentan mucho trabajo para holgazanear; se motilan en peluquerías no
tradicionales, temiéndole a la lengua de látigo del peluquero tradicional. No
van a las cantinas de los pueblos, en primer lugar por tacañería (no quieren
que los gotereros locales beban a su costa), también temen que algún borrachito
le cante sus verdades.
Titiriteros consumados, mueven tras bambalinas a su antojo
los hilos de la opinión popular, acomodando las circunstancias y resultados en
favor de su mezquina causa que para nada tiene en cuenta al pueblo en general. Con
su magia de postín, los políticos, sacan del cubilete el conejo del engaño y
con un conjuro discursivo por aquí, un nombramiento por allá, un dinerito más
allá, un compadrito allí, unos abracitos hipócritas por ahí y no sé qué otros
secretos y patrañas acá, logran cambiar el pensamiento de los resentidos y
escépticos y al final toda esa parafernalia pueblerina vuelve y se encauza en
el río de la tradición y el pueblo termina votando por los mismos con las
mismas.
¡Por eso estamos como estamos¡
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